Suelo estar ocupada, en dar a conocer sentimientos, emociones, vivencias; planifico, resuelvo, sobrellevo la rutina. Trato de idear alguna cosa, concluir otra o descubrir una tercera. No hay nada malo en ello, después de todo, así es como intento cambiar al mundo. Pero de vez en cuando, salgo de mi misma, permanezco en silencio delante del universo.
Sin preguntar, ni pensar, escucho la esencia. Siento la fuerza que me rodea. El espíritu colectivo de la lucha. Y por momentos, me desangro ante las injusticias, mi sangre se opaca en la tristeza. Los arco iris se cubren de negro y aunque más de una mano ansíe levantarme, recaigo en la quietud de la congoja que me surca y envenena.
El eco abre caminos, pero yo inmóvil. Las lágrimas suavemente caen y se pierden en el infinito: tan sólo se está limpiando mi alma. Y es un obsequio, que me llevará, a resurgir más valiente.
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