Me arropo en los sueños de la lejanía
que cortan los suspiros
como una espada que atraviesa
una a una mis vértebras.
Me hundo en los pliegues de la cama
tapándome con los miedos.
Pero quedo descubierta.
Frágil y tonta anudo las palabras
que me llevaron a ti
y me rehúso a volver
a pensarlas.
Me pierdo en la quietud
de la tarde inconclusa.
Escapo de mí misma.
Para que nadie me alcance.
Y después de todo
amaneceré de igual modo;
con la voz afónica
de tanto desear hablarte.
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