lunes, 24 de septiembre de 2012

Gato suicida.


Domingo a la noche. Como siempre ensimismada en su mundo. Chateando, impregnándose de buena música. De repente, oye un ruido en la habitación de al lado, se asoma sigilosamente, en una especie de actitud detective, mezclada con niña asustadiza. Mira, sin poder creer. Un gato, color blanco y marrón. Quería salir. 

Cuando notó la presencia del caniche toy mini, ambicionando impresi
onar o quizás en mi defensa. El gato, desesperado, intentó emerger por la ventana de la habitación en la que estaba yo tranquilamente un rato atrás. Su esfuerzo, en vano, chocó contra el cemento y volvió a tratar de lograr su tan preciada libertad. Subía. Bajaba. Con saltos de gimnasta, parecía un gato de circo, equilibrista. Quedó enganchado del barral de la ventana, hacía ruidos extravagantes. Tal vez, quería llamar mi atención. Y yo, observando sin saber bien cómo actuar. Pensaba, si me acerco, se me tira encima.

Nos mirábamos y seguía colgado. Reflexioné “no es un alumno, tampoco tu ex”. Imágenes vinieron a mi mente de las personas que querría tener en esa situación, tan penetrante como un nudo en la garganta. También, conjeturaba el juicio de tantas personas amantes de los gatos, que me arrojarían a la hoguera de solo leer este contexto.

El gato suicida no deseaba más que salir. Entre ese vuelco de intenciones caducas, me dije “quizás el gato no ansía vivir más” pero al fin y al cabo era su decisión, no debía interferir ni ser yo quien la tome.

Mi amiga Celeste, que le conté recién hoy la parafernalia tiene razón “era una domadora fingida de gatos suicidas”. Agarré a mi perrito, tomé valor, le abrí la ventana y daba saltos, más saltos, creo que haber estado atorado largo tiempo entre el barral de la ventana puede haberle afectado el cerebro, tenía las puertas abiertas a su libertad y se volvió a colgar. ¡Qué intención de volver a ahorcarse! Me dije “si este gato suicida no sobrevive me voy de casa”. Finalmente, tomé valor, corrí el barral de la ventana que dejó doblado al medio y cayó al suelo, se dio contra el baúl de ropa.

Salió. Logró su objetivo de libertad absoluta. O quizás no. Me quedé temblando, blanca como papel y aún no sé si le hice un favor o el gato verdaderamente ansiaba morir y detuve en su último deseo.

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