Despertó como siempre. Sin una sonrisa más ni menos. Tan sólo
anhelaba transcurrir el día. Tomó un café que le cortó vilmente la bocanada de un
suspiro. Ese, que todas las mañanas dejaba pasadas las cinco. Tomó la ropa que
aún yacía sobre la cama. ¿Cómo modificar el lugar? Supo que allí estaba,
cayéndose de a poco.
Partió sin apuros, contrariamente desesperada por que algo
bueno le suceda. Arqueó sus pestañas, puso color al rostro, miró al espejo como
quien deja pasar el tren en el apuro de llegar hacia algún lado.
Eran las seis de la mañana, apagó el teléfono. Planificó sus
horas siguientes. Llovía en Buenos Aires, la calle escurría agua, inútilmente,
desbordaba.
Caminó en línea recta, susurrando palabras de la boca en un
lenguaje que vaya a saber cuál era. Miro hacia atrás, notó que su vida era un
ciclo de iguales. A cada minuto, sabía perfectamente qué página del libro
tocaba.
Ensimismada en su propio barullo aumentó el paso. No vio que
en la avenida un coche se abalanzaba sobre ella. Pensó en su familia, en los
afectos, en el tiempo que pasaba sin hacer algo productivo. Millones de imágenes
le atravesaban la garganta. Sólo oyó ruidos que perforaban el alma. Perdió la
conciencia.
Volvió a despertar, saltó de la cama.
Quería hacer algo fructífero. Mató la alarma. Dio medio giro
y se volvió a dormir. Pensando en algo beneficioso. Soñar algo bueno era el
principio.
*Jimena*
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