sábado, 15 de septiembre de 2012

Rutina.




Despertó como siempre. Sin una sonrisa más ni menos. Tan sólo anhelaba transcurrir el día. Tomó un café que le cortó vilmente la bocanada de un suspiro. Ese, que todas las mañanas dejaba pasadas las cinco. Tomó la ropa que aún yacía sobre la cama. ¿Cómo modificar el lugar? Supo que allí estaba, cayéndose de a poco.
Partió sin apuros, contrariamente desesperada por que algo bueno le suceda. Arqueó sus pestañas, puso color al rostro, miró al espejo como quien deja pasar el tren en el apuro de llegar hacia algún lado.
Eran las seis de la mañana, apagó el teléfono. Planificó sus horas siguientes. Llovía en Buenos Aires, la calle escurría agua, inútilmente, desbordaba.
Caminó en línea recta, susurrando palabras de la boca en un lenguaje que vaya a saber cuál era. Miro hacia atrás, notó que su vida era un ciclo de iguales. A cada minuto, sabía perfectamente qué página del libro tocaba.
Ensimismada en su propio barullo aumentó el paso. No vio que en la avenida un coche se abalanzaba sobre ella. Pensó en su familia, en los afectos, en el tiempo que pasaba sin hacer algo productivo. Millones de imágenes le atravesaban la garganta. Sólo oyó ruidos que perforaban el alma. Perdió la conciencia.
Volvió a despertar, saltó de la cama.
Quería hacer algo fructífero. Mató la alarma. Dio medio giro y se volvió a dormir. Pensando en algo beneficioso. Soñar algo bueno era el principio.

*Jimena*

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