A Elena Boledi
Te regalo este adagio de palabras.
Que iluminen la sensibilidad del alma.
O el entusiasmo para enfrentar la vida.
Tanta desesperación prisionera
en un solo corazón.
Un accidente que aún persiste,
heridas sobre la piel,
yagas en la mente.
Un mayo huérfano de súplicas.
Tiempo en que las rayuelas se desdibujaron.
Y la maga congeló el destierro.
Los gestos sin metáforas
ni analogías.
Huecos internos.
Oquedad del viento.
Un puente que se entrelaza a la luna.
Amaneceres en reserva.
Ilusiones foráneas.
Del otro lado,
la PERSONA.
Esa equilibrista del limonero,
esa pequeña luz de cuentos,
esa niña que juega a la Rayuela
con sus príncipes encantados
en los albores de las letras.
En la adultez, su bondad
se vislumbra al ritmo de la copla.
Pero la mirada, a veces lejana,
agoniza en silencio.
En la lucha constante.
En la batalla del lamento y la risa.
Amiga. Símbolo de confianza.
Tan sabia y emotiva
como su Lorca o Cortázar.
Tan ella. Auténtica. Frágil.
Esperanza única de llegar a destino:
solamente jugando A RAYUELA.
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