viernes, 13 de agosto de 2010

Dicen que es totalmente sano escuchar los vacíos existenciales que conforman el paisaje de los días. La sensación de evadirnos del mundo. Encender la música bien fuerte, en altavoz, para que el silencio termine. Y nos damos cuenta que la inutilidad nos desborda. Nos sentimos presos de nosotros mismos. El precio de la libertad, se llama soledad. Por  miedo al apego, jugamos a ser independientes. Y al final, nos quejamos del mutismo. Disfrutemos de cada pieza. Que la oquedad no vele el interior. Sí. Esa luz que glorifica al alma. Cuidemos la esencia que finalmente, resulta, lo único que llena.

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